miércoles, 13 de abril de 2011

Argelia

Argelia cuyo nombre oficial es República Argelina Democrática y Popular es un país del norte de África perteneciente al Magreb. Siendo el segundo país en superficie de África, limita con el mar Mediterráneo al norte, Túnez al noreste, Libia al este, Níger al sureste, Malí y Mauritania al suroeste, y Marruecos y el Sáhara Occidental al oeste.
Es miembro de la Unión Africana y de la Liga Árabe desde prácticamente su independencia, y contribuyó a la creación de la Unión del Magreb Árabe (UMA) en 1988.
El continente africano, la cuenca del Mediterráneo, así como Europa y Oriente han sido elementos indispensables para el devenir y enriquecimiento histórico de Argelia. Además, en el extremo sur del país se puede visitar el museo natural más grande del mundo, en el que hay pruebas suficientes para atestiguar la extraordinaria riqueza de la historia del país.
Argelia se divide actualmente en 48 vilayatos (provincias), 553 dairas (condados) y 1.541 baladiyahs (municipios). La capital y la ciudad más grande de cada vilayato, daira y baladiyah argelinos tienen siempre el mismo nombre que el vilayato, el daira o el baladiyah donde está situado. De igual forma se aplica para el daira más grande del vilayato o el baladiyah más grande del daira.
a parte septentrional de Argelia es una gran meseta alargada, en la que se forman numerosas depresiones, limitadas por altos rebordes montañosos al norte y sur. Las montañas del Atlas se extienden al norte del país y están formadas por dos cordilleras de plegamiento: la septentrional, llamada Atlas del Tell, y la meridional, llamada Atlas Sahariano. Entre ambas queda la meseta o altiplanicie interior. Al sur del Atlas Sahariano comienza el desierto del Sahara, que ocupa la mayor parte del país y presenta un relieve muy variado, por la presencia de antiguas montañas, muy trabajadas por erosión eólica. Desde el litoral al interior cabe distinguir: las pequeñas llanuras costeras, muy reducidas por la proximidad de las montañas al Mediterráneo, entre las que destacan la Mitidja (Argel), el valle del bajo Chéliff, y las cuencas de Orán, Skikda y Annaba; el Tell; las Altas Mesetas, con sus depresiones, cubiertas en parte de lagos salados (chotts o shotts); el Atlas Sahariano; y la zona desértica.
La mayor parte de Argelia está ocupada por el Sahara, dividido según WWF en cuatro ecorregiones de desierto: la estepa del Sahara septentrional al sur del Atlas, el desierto del Sahara en la mitad sur del país, el monte xerófilo del Sahara Occidental en el macizo de Ahaggar y la meseta del Tassili n'Ajjer, en el sureste, y la estepa y sabana arbolada del Sahara meridional, en el extremo sur. En el norte del país el bioma dominante es el bosque mediterráneo, con el bosque mediterráneo norteafricano al norte y la estepa arbustiva mediterránea al sur, así como un enclave de bosque seco mediterráneo y matorral suculento de acacias y erguenes en el extremo oeste. La diversidad de Argelia se completa con el bosque montano norteafricano de coníferas en las montañas del Atlas y el salobral del Sahara en diversos humedales dispersos.
Sus principales recursos son petróleo, gas, hierro, zinc, plata, cobre y fosfatos. Un 25% de la población activa se dedica a la agricultura y la pesca. La economía creció un 6% en el año 2005. La tasa de desempleo es del 17,1% (2005).
Desde tiempos de los romanos, Argelia ha destacado por la fertilidad de su suelo, aunque tan sólo el 9,4% de la población trabaja en la agricultura.
Como en Argelia se instalaron muchas comunidades desde el siglo V, hoy en día Argelia tiene una gran variedad cultural y étnica. El 80% de la cultura argelina está dividido entre el norte fértil y el sur desértico: en el norte se ha desarrollado más la cultura de tipo europeo, mientras que la cultura del sur ha mantenido más sus características tradicionale.
Argelia es un país para ser visitado en cualquier época del año. En verano se puede disfrutar de unas playas lindas y cristalinas, tanto vírgenes como dotadas de restaurantes, hoteles y complejos turísticos.
Barack Obama demostró haber comprendido perfectamente que la historia, si la entendemos como el progreso de la humanidad hacia mayores cotas de libertad y justicia, se ha puesto súbitamente a galopar en el mundo árabe. Dijo Obama: “En los últimos días, la pasión y la dignidad que han demostrado los ciudadanos de Egipto han sido una inspiración para todos los pueblos del mundo, incluido el de Estados Unidos, y para todos los que creen en que la libertad humana es inevitable”. Aludía a las repetidas concentraciones de cientos de miles de egipcios en la céntrica plaza cairota de Tahrir para reclamar la salida del dictador Mubarak y la llegada de la democracia al valle del Nilo. El inmenso Tahrir se había convertido ese 1 de febrero en el corazón palpitante de una lucha por el pan, la libertad y la dignidad en el mundo árabe comenzada semanas atrás con la inmolación del joven tunecino Mohamed Bouazizi, al que la policía había incautado el carrito de verduras con el que se buscaba la vida. La revolución del jazmín tunecina ya había conseguido derrocar al dictador Ben Ali y abrir en ese país una transición a la democracia. Y pronto, muy pronto, el fuego encendido por Bouazizi había prendido en un norte de África reseco de despotismo, corrupción, escaso desarrollo económico y tremendas desigualdades sociales. Las llamas cercaban al egipcio Mubarak, que, para intentar apagarlas, anunciaba ese día que no volvería a presentarse a las elecciones tras más de treinta años de monopolizar el poder.
Para sorpresa de todos aquellos que apostaban por la inmovilidad fatal de la “umma” árabe, Argelia, Yemen, Jordania eran asimismo escenarios de protestas, y sus gobernantes se apresuraban, atemorizados, a cambiar gabinetes y prometer reformas.
El fuego encendido por Bouazizi prendió en un norte de África reseco de despotismo, corrupción, escaso desarrollo económico y tremendas desigualdades
Desde el Atlántico al Golfo Pérsico, el mundo árabe es, sin duda, muy complejo y plural. Y no obstante, como señala Eugene Rogan, ese universo sorprende por la existencia de profundos elementos de identidad común. No solo relacionados con la historia, la lengua, la cultura o la religión, sino de palpitante actualidad.
Al fracaso generalizado de sus elites políticas y económicas para incorporar sus países a la modernidad, se añade la existencia en todos ellos de poblaciones masivamente juveniles. Niños, adolescentes y chavales constituyen la mitad o hasta las dos terceras partes de sus habitantes. Ya habitan en ciudades, ya tienen algún tipo de estudios y, sobre todo, saben lo que pasa en el mundo gracias a la televisión, los teléfonos móviles e Internet. Su vitalismo, sus ganas de tener lo mínimo de lo que disponen las gentes de la ribera septentrional del Mediterráneo, contrasta explosivamente con la frustración de sus tristes existencias.

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